27 de junio de 2004 - sebasareiza.xyz

 

Hoy hablaremos de la inolvidable -para todas las partes involucradas- final de la Copa Mustang 2004-1, jugada entre Deportivo Independiente Medellín y Atlético Nacional el 27 de junio de 2004.

 

Disclaimer:

      1. Este artículo fue publicado originalmente el 24 de agosto de 2015 en La Monserga del Fútbol. Si me preguntan, es el blog más longevo, más divertido y mejor informado sobre fútbol colombiano. Desde 2006, cuando era un ser imberbe (?) es fuente de consulta permanente.
      2. El texto está ligeramente editado para dar claridad y actualizar algunos hechos que se mencionaron como imposibles y luego ocurrieron, como la final bogotana.
      3. De igual forma, este texto no se aferra tanto a los hechos y las cifras. Está más centrado en las sensaciones del aquí firmante que vivió esta final con nueve años.

 

Neider Morantes y el 27 de junio de 2004 - sebasareiza.xyz

 

El ambiente en la Medellín de esa época era denso, casi se podía cortar con bisturí. Quizás no tanto como lo describía Fontanarrosa en su legendario cuento sobre el gol de Aldo Poy a Ñuls. Es decir, había mucha tensión, pero no tan belicosa. O tal vez sí: el 21 de marzo de ese 2004 mi papá, hincha del rojo, me llevó a ver a Nacional por primera vez. Ese día, ese clásico donde los policías no daban crédito a ver padre e hijo con camisetas diferentes, Nacional ganó 2-0 con goles del Chumi Álvarez y Hurtado. Con el pitazo final, convencido tanto como ahora de haber escogido el equipo ganador, nos tocó correr y evadir peleas a machete donde los heridos pasaron de la decena según los noticieros.

No había otro tema del que fuera posible discutir. En la calle, en la cancha del barrio, en el salón de clase, en la sala de la casa, el único tópico era los partidos del 24 y 27 de junio de 2004. Causaba mucho morbo para propios y extraños una final entre dos rivales clásicos. A tal punto que años después los medios bogotanos vendieron más de una vez la final capitalina que recién se dio en 2017. Y así, de repente, hasta el más tibio y apático ser opinaba de fútbol con toda soltura y tomaba un bando. En casi todos los casos ese bando era el verde. La señora de la tienda, que hasta la semana pasada no distinguía a René Higuita de Totono Grisales, se la jugaba con toda confianza por el triunfo verde. Era lo lógico y lo esperable.

 

Gol de Leonardo Favio Moreno - sebasareiza.xyz
Gol de Leonardo Favio Moreno y América pasó del 3-1 al 3-3 parcial…

 

27 de junio de 2004 – los antecedentes

Nacional pasó tercero a los ocho por debajo de América y Deportivo Cali, con 33 puntos. Jugando bien, como juegan los equipos de Juan José Peláez. Medellín pasó sexto con 26 puntos, a dos del último clasificado y a tres del noveno. Jugando feo, como juegan los equipos de Pedro Sarmiento. A tal punto que Junior les empacó un lapidario 5-0. Sin embargo, en un sprint digno de su apodo cosechó cuatro triunfos (uno de ellos ante Nacional, 2-0) y un empate en el tramo final.

Como se cacareaba una y otra vez por la radio, nunca se había jugado una final de torneos cortos entre equipos de la misma ciudad. No obstante, sí había salido uno campeón en la cara de su clásico: en 1954 el cuadro verdolaga fue campeón anticipadamente ante el rojo. Ni corto ni perezoso, Medellín se desquitó al año siguiente arruinándole el bicampeonato a Nacional. Y en 1994 un todavía puberto Juan Pablo Ángel hizo el gol del título verde ante el DIM del Chiqui García.

Que Nacional saliera campeón era lo lógico y lo esperable, lo decía el historial y las cifras. Pero América era el rival a vencer que, en suertes, cayó en su mismo grupo de cuadrangulares. Un escalofriante 4-3 en el Atanasio (la primera vez que recuerdo haber llorado de alegría) y un 0-1 en el Pascual daban la impresión de equipo demoledor. Como cualquier equipo de Juan José Peláez. El grupo de Medellín no parecía revestir mucha dificultad. Quedó junto a un Deportivo Cali sin jerarquía, un Once Caldas diezmado y un Boyacá Chicó cuya única función en el grupo era estorbar. Y el equipo de Sarmiento, jugando feo como juegan los equipos de Pedro Sarmiento, pasó a la final ante Nacional. Era lógico lo que decía la señora de la tienda, aun cuando en su puta vida había pateado un balón.

 

Alineación roja en el partido de vuelta - sebasareiza.xyz

 

De ida y vuelta

Lo que sigue todos lo sabemos: a dos minutos del final Rafa Castillo le había dado el triunfo al rojo en el partido de ida. El empate transitorio de Edixon Perea no salvó un planteamiento bastante pobre. Como los planteamientos de Juan José Peláez cuando juega una final. El estupor de los hinchas de ambos bandos era el mismo estupor que sentían los jugadores verdes en la cancha, totalmente desbordados por la situación. De poco sirvió que ese domingo todos amaneciéramos con un optimismo desmedido donde la remontada era una situación completamente lógica y esperable. Medellín, jugando feo como juegan los equipos de Pedro Sarmiento, sacó el 0-0. Ante un Nacional totalmente descuadernado, levantaron su cuarta estrella. La que en medio de una avasallante inferioridad les daría licencia eterna para cargar al rival de la ciudad. La lógica había sido derrotada, la petulancia también.

Fue un golpe totalmente justificado al ego, un baño de humildad, algo que debía pasar, un punto de inflexión. El fútbol, a Dios gracias, no es una ciencia exacta. Los que dimos por cocinada la octava estrella verde tuvimos que dar la cara ante nuestros amigos, familiares y vecinos rojos. Asumir que -cualquiera sea la razón: lesiones, mala suerte, el árbitro o que simplemente jugamos mal- habíamos perdido y seguir esperando nuestro turno de festejar. Y si quedaban dudas de la lección que había por aprender, tuvimos un repaso en diciembre del mismo año. La final con Junior es una herida militar que nunca cerró, mucho más dolorosa que ese 27 de junio de 2004. Las caras de tragedia de ese día y los ojos desbordados de lágrimas parecían más de una catástrofe natural que de una final de fútbol.

 

Alineaciones- sebasareiza.xyz
Alineaciones del Nacional 0-0 DIM del 27 de junio de 2004

 

A llorar a la iglesia

El 27 de junio de 2004 no pasó nada, salvo la expulsión estúpida de Harold Viáfara o embestidas sin mucho orden contra el arco de David González. Es una fecha simbólica porque el daño ya estaba hecho de antes. Al terminar ese partido recuerdo que no lloré, no me quité la camiseta, no rompí nada ni hice ningún berrinche digno de mis nueve años. Apagué el televisor, abrí la puerta y me senté a mitad de las escalas, sin entender bien qué había pasado. Pronto vi que de todas las casas con banderas verdes, que de la cuadra eran inmensa mayoría, salía gente con la misma cara de estupor absoluto. La única casa con hinchas rojos festejó quince minutos, contados, para luego unirse al silencio helado de toda la cuadra. Los entiendo: ellos también estaban desbordados por la situación.