El viernes contaba esta misma historia y me reprochaban diciendo, cito textualmente, "no entiendo cómo te podés acordar de la fecha en la que descendió América pero no de los cumpleaños de tus amigos". Tienen razón. En mi defensa, digo que esos detalles particulares son los que le dan color a las historias.

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Era 17 de diciembre de 2011 y yo iba a salir con amigos del barrio, todos recién graduados, a los alumbrados del río. Recuerdo muy bien la fecha porque, como dije, América descendió ese día por penales frente a Patriotas. Estábamos boquiabiertos frente a la pantalla, era como ver morir un viejo conocido. Nadie se burló en ese momento, total íbamos a tener cinco años o más para hacerlo. Terminado el partido, salimos.

Caminando por la senda peatonal vi una figura rubia y gigante entre la multitud de cabezas. Si bien ya llegaban muchos turistas a Medellín, este no era un simple mochilero así muchos lo miraran con extrañeza. Con rapidez y a pesar de la miopía lo reconocí: Franco Armani se llamaba. Era el suplente de un ya consagrado Gastón Pezzuti, venía de Merlo y, en ese momento, no pasaba por su mejor época. Es más, no solo resistido, era criticado y hasta insultado por muchos -yo, inclusive- que pensábamos que se devolvía a Argentina con más pena que gloria.

Tal vez por eso andaba tan tranquilo por ahí, como un turista desprevenido. Caminé casi una cuadra junto a él y en ese trayecto solo una persona le pidió foto. Los amigos de ese tipo no entendían nada, como si le hubiera pedido foto a un gringo en chanclas cualquiera que va en el Metro. Tal vez por eso cuando les dije que ahí iba Armani, el segundo o tercer arquero de Nacional, reaccionaron como si les dijera que por la avenida iba pasando un carro. Incluso yo, que después de año y pedazo lo veía más afuera que adentro del equipo, quise pedirle una foto. Me dio pena y lo dejé ir.

Más pena me da ahora recordar eso. No quisiera esa foto para subirme al bus de la victoria, que hace dos años viene con gente hasta en el techo. No tener foto con Armani es mi forma de castigarme por no creer en él desde el inicio, así como muchos no le creíamos a tantos jugadores que hoy idolatramos. Muchas veces el ser hincha de un equipo grande nos impide darle contexto a los procesos: necesitamos resultados ya, necesitamos resultados constantemente. Él, callado, solito, dejó de ser ese desconocido que caminaba a la vera del río y se convirtió en un ídolo igual o mayor a René Higuita.

Difícilmente Franco lea esto. Claro que me gustaría, pero no es necesario. Un tipo más que le pida perdón por putearlo hace seis años no va a hacer la diferencia. Por más que lo haya aplaudido desde la tribuna cuando rompió a llorar ante Cúcuta, tampoco va a cambiar nada. Y por más que le agradezca por la triple atajada en Arroyito, donde todos murmuramos suerte de campeón, voy a seguir sin tener la foto con él. Lo único que importa es que él levantó la Libertadores cuando otros decían que se iba a arrepentir de seguir en Nacional.