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Por: Sebastián Areiza.

I

El miércoles 21 de mayo del 2014, Atlético Nacional se consagró como campeón del fútbol colombiano por decimocuarta vez. En el partido de ida, el equipo verde había caído por la mínima ante Atlético Junior en el Metropolitano de Barranquilla. Pero, en el partido de vuelta, Nacional igualaría la serie gracias a un gol agónico de Jhon Valoy a los 93 minutos. Tras una tanda de penales que consagraría al portero argentino Franco Armani, el Atanasio Girardot vería una vuelta olímpica más de Juan Carlos Osorio.

Hasta ahí la historia que veremos en los libros o en la Wikipedia. Quien les habla, cuyas ocupaciones eran inversamente proporcionales a la cantidad de dinero, tuvo que sufrir esos penales en su casa, en presencia de Win Sports y el gritón Paisita de Oro. Tal como esa lejana tarde del 2004, lloré sin poder hilvanar tres palabras seguidas. La cuenta de Walter Ribonetto y Juan Carlos Ramírez estaba saldada. El recuerdo más triste que me había dejado el fútbol había sido exorcizado.

Eso sí: Nunca, desde ese 19 de diciembre, cuando tenía diez años, pude haberme imaginado una venganza más terrible. Lo acepto: Juré bailar en la tumba de ese ignoto defensor argentino que hizo el 5-2 que forzó los penales. Y maldije mil veces a Juan Carlos Ramírez, hasta ese momento un voluntarioso volante mixto, por haber fallado ese penal que le dio el título a Junior. No sabía yo que Valoy, de mal semestre, iba a meter la cabeza en ese córner. Ni que Armani, que en su puta vida había atajado un penal, se iba a despachar con dos tapadas. Ni menos que Alejandro Bernal, uno de los jugadores más intrascendentes que recuerde, iba a tener en sus pies el título.

Desde ese 19 de diciembre no imaginé una venganza tan cruel. Nunca imaginé un colofón tan macondiano (básicamente porque con 10 años no había leído a García Márquez) para esta bella historia.  

II

Era 25 de mayo. Un domingo relativamente aburrido donde hubo fiesta de la democracia y al país, como siempre, le tocó lavar los platos. Lo que sacó del bache tal fecha fueron los rumores que, gracias a las redes sociales, se fueron acrecentando medio en joda y medio en serio: Junior había demandado el partido de ese 21 de mayo por las irregularidades que Nacional había cometido durante el partido. Poco importó que la acusación fuera fácilmente refutable: Nacional, presuntamente, había hecho cuatro cambios. La noticia se fue regando y, careciendo de toda lógica, parecía tener lógica.

Si algo no le faltan a este país son idiotas y graciosos. Y gracias a ese coctel molotov de idiotas y graciosos, el rumor de la demanda del partido fue tomando fuerza en twitter. Algunos hinchas de Nacional, medio en joda y medio en serio, se fueron apersonando de los rumores e inundando sus líneas de tiempo con supuestos contactos y noticias que anunciaban la buena nueva: “Nacional pierde el título en el escritorio, Junior es el nuevo campeón de Colombia”, “Nacional sería sancionado con el descenso a la B”, “Fulanito de tal, periodista de tal canal, está ahora mismo en la Dimayor”, “A la 1:30 sale el boletín en RCN”, “Alejandro Char acaba de aterrizar en Bogotá para formalizar el acto”, “La ceremonia de premiación será en el Metropolitano a las seis de la mañana”, “Acabo de hablar con Sebastián Viera, están reunidos en su apartamento para organizar la caravana”. Poco importó que fuera más de medianoche de un lunes tras jornada electoral: en la Dimayor estaba hasta el perro y el gato dándole la octava estrella al Junior.

Ese 25 de mayo, también, la candidata presidencial del Polo Democrático Clara López había sacado poco más de 1.900.000 votos: Una cifra magnífica para la izquierda colombiana, pero que le representó el cuarto lugar entre cinco candidatos. Según las proyecciones de la horda twittera, López habría podido entrar a segunda vuelta ante Juan Manuel Santos (aprovechando que venía de capa caída en las encuestas) u Óscar Iván Zuluaga (cuya imagen se había visto seriamente afectada tras el escándalo del hacker Andrés Sepúlveda). Tal como hacía cuatro años, donde Antanas Mockus era el campeón de la internet, las redes sociales terminaban sucumbiendo ante la cruda, pura y dura realidad.

Con ese antecedente bastaba para asumir que el chiste de la octava estrella de Junior se iba a quedar en anécdota.

III

Con Santos y Zuluaga en segunda vuelta, el final del semestre, ad portas de quedar sin empleo y con menos amigos que Garavito en el ICBF, ese lunes fue un lunes de mierda. Me tardé hora y media para llegar a mi casa, en un recorrido que no debería durar más de veinte minutos. Estaba noqueado y mi única prioridad era dormir hasta donde mis ocupaciones me lo permitieran.

Desperté a las tres de la mañana. Estaba metido en las cobijas aún en camisa, pantalón y medias. Estaba muerto. Pero había que ocuparse de asuntos más importantes que el mínimo de horas de sueño para garantizar el óptimo funcionamiento del cerebro. Prendo el computador. Abro twitter y facebook. La noticia era una sola: Algo muy, muy raro había pasado en Barranquilla.

Durante todo ese lunes la noticia de la demanda de Junior siguió andando. Y así, de a poco, los pocos crédulos que habían leído la noticia en twitter fueron convenciendo a muchos crédulos que no tenían acceso a aquellos medios de (in)comunicación. Desde las cuatro de la tarde se empezaron a ver camisetas rojiblancas como en día de partido. A las cinco empezaron a sonar canciones del Junior en los picós. Más o menos a las siete de la noche se empezaron a agotar botellas de ron y “piponas” de whisky en las licoreras de la ciudad. A las ocho pasó la primera moto con banderas pitando por toda la Murillo. Y tras de aquella moto fueron dos, tres, cinco, diez, muchísimas.

A las nueve de la noche, hasta los más informados hinchas empezaron a dudar. Barranquilla estaba colapsada: Cientos, miles de personas se volcaron a las calles. Habían máscaras de marimonda, como en el Carnaval. La maicena pintaba las morenas pieles barranquilleras. Los carros pitaban, las motos hicieron cerrar las calles, las vuvuzelas hacían ensordecedor el ambiente. La Puerta de Oro de Colombia era ahora un arroyo de tupapás y nojodas. La fiesta era incontenible, más cuando la policía de guardia era escasa esa noche de lunes. Era 26 de mayo, el día que cientos estrellas de icopor con el número 8 surcaban el anochecido cielo de Curramba. También coincidía con el cumpleaños del desaparecido Diomedes Díaz. El Cacique de La Junta, también juniorista, seguramente sonreía desde el cielo. Eso quiero pensar.

A eso de las dos de la mañana del 27 de mayo, todavía quedaba gran parte de los hinchas vitoreando a su equipo en diferentes puntos de la ciudad. Solo El Heraldo, periódico regional de baja estopa, le había dado cubrimiento al insólito evento. Mucha gente se quedó celebrando incluso después de haber sido desmentida la noticia: Ellos, ridiculizados pero altivos, decían celebrar el cumpleaños de Diomedes. Con camisetas de Junior, banderas de Junior, estrellas 8 con los colores de Junior y canciones de Junior, celebrando el cumpleaños de Diomedes. Todo un pueblo, urgido de alegrías y cada vez más derrotado y abandonado a su suerte, encontraba una línea de fuga curiosa pero efectiva para evadirse de su triste realidad. Eso quiero pensar.

Pero tal y como pensábamos que el chiste de la octava estrella no iba a salir de twitter, también pensábamos que semejante humillación se iba a quedar solo en el amplio libro de cuentos de la costa atlántica. Negativo el civil: A las cinco de la mañana Blu Radio tiró la noticia a nivel nacional. A las cinco treinta El Espectador lo subió a su portal. A las seis fue El Colombiano en Medellín. A las seis y quince El Gallo de Radioacktiva hizo estallar la primicia en Bogotá. A las seis treinta se supo que en Cúcuta la colonia costeña también hizo caravana. A las siete Caracol y RCN emitían tímidas versiones del acontecimiento. A las nueve, el periódico deportivo español Marca hizo mundial la noticia. En los noticieros del mediodía, las notas que enviaban los corresponsales confirmaban el despelote en Barranquilla. Tampoco se demoró en llegar el chisme hasta Argentina, donde se debatía si el adjetivo que más se amoldaba era boludos o pelotudos. Los hinchas -y aquí hay que hacer justicia: solo una pequeña y desinformada parte de la numerosa hinchada tiburona- era el hazmerreír de Colombia y, a la brevedad, del mundo.

IV

Razón tienen los señores de edad y algunos profesores que conozco, cuando tratan de evadir el tema de las redes sociales, como el niño que le pregunta sobre sexo a la mamá camandulera. Yo me la juego diciendo que cada época trajo sus instrumentos propios y gente que supo hacer maravillas con ellos: Johann Sebastian Bach compuso para el clavicémbalo, así como Lucho Bermúdez para el clarinete, Clara Rockmore para el theremin o Ralf Hütter y Florian Schneider para el sintetizador Moog.

Esto no significa, obvio, que siempre sea así. En torno a las áreas de la comunicación hay un gran debate sobre el rol del internet. La facilidad de Google puede matar las ganas de hacer reportería de calle o, por el contrario, despertarlas dando información previa valiosa. Una historia tan increíble, que solo puede pasar en nuestro paisito del Sagrado Corazón, deja un montón de preguntas abiertas. ¿Por qué unos desocupados twitteros hinchas de Nacional lograron lo que Clara López y Antanas Mockus no?

Haber redactado toda esta parrafada e imaginarme la fiesta en Barranquilla sin reírme ni una sola vez, supongo yo, es una señal inequívoca de que he madurado. Eso quiero pensar.